Empezamos este 2018 con fuerza.
Los amigos son los que más saben de nosotros, ellos han visitado los recovecos de nuestra alma. Es por esto que le he pedido a mi amiga Eva M. Ruiz que me haga una entrevista, porque sabía que dispararía a matar y resultaría distinta a las muchas que he contestado durante años. Son doce preguntas, diez de su autoría y dos de otras grandes amigas, Ágata y Cita.
Ja, ja, ja… qué cabroncillas han sido las puñeteras.
Eva: En el Talento de Nano nos encontramos con un niño al que ridiculizan. ¿Has tenido en tu niñez algún tipo de acoso? ¿Cómo surge el personaje de Nano?
Yo: Sí, yo también fui una niña llena de miedos a causa de compañeras insensibles y sectarias que decidían qué alumnos pasarían el curso aislados, al margen de los más populares. Yo me moría por formar parte de estas famosas pandillas, no porque admirara a sus miembros, sino para que dejaran de ridiculizarme. Para un niño que está empezando a conocer el mundo es muy duro enfrentarse a este tipo de pruebas, te sientes tremendamente solo y vulnerable. Debieron pasar unos años hasta comprender que, en realidad, el acosador sufre más miedos que el acosado. De cualquier manera, esa etapa de mi vida me dejó tal experiencia que soy capaz de advertir este tipo de personalidad con mucha facilidad y enseguida me distancio de esas personas tan dañinas. Me gustaría tener la sabiduría suficiente como para estar cerca pero, aunque comprendo que ellas también sufren su tribulación, no puedo, me afecta demasiado. Necesito tener personas educadas y amables a mi alrededor, y sobre todo fieles. La traición me hunde.
Eva: Kuaima es un personaje que sufre desde su niñez; ¿por qué tiene esa bondad y no guarda ningún rencor a pesar de todo lo que le aconteció?
Yo: Kuaima es un ser especialmente espiritual a causa de las intensas emociones vividas desde su tierna infancia: fue tan amado como odiado, y pronto comprendió que elegir el amor es el camino hacia la felicidad. Este africano bantú es un ejemplo de que a veces la naturaleza da seres excepcionales tanto física como espiritualmente.
Eva: ¿Con cuál de tus personajes tendrías un affaire?
Yo: Siento decepcionarte, querida Eva, pero jamás engañaría a mi marido; nunca lo he hecho, ni en los momentos más duros y tentadores, así que con ninguno. Aunque tengo que reconocer que a todos me los he llevado a la cama, incluso a varios a la vez.
Eva: ¿Con cuál podrías tener una relación seria?
Yo: ¿Seria? Ja, ja, ja, … Yo tengo una relación seria e intensa desde los quince años. Bueno, pongámonos en el supuesto de que tengo treinta años y estoy soltera y sin compromiso, voy a hacer un esfuerzo mental. A ver,… ufff…, solo se me ocurre Eliot, el batería de la orquesta de Amy Ros; es un personaje secundario que seguramente los lectores olvidarán con facilidad, pero a mí me parece muy atractivo y sensible.
Eva: ¿Con qué personaje no podrías ni tomar un café?
Yo: Pero ¿qué te hace pensar que no he tomado café con mis personajes? Lo he hecho con todos, absolutamente todos, incluso con los más indeseables. La mayoría de mis cafés ––y son muchos––, los tomo con los personajes de la novela que estoy escribiendo en ese momento. Oye, no hay nada como compartir café con ellos para conocerlos como es debido, esto hace que después el lector los sienta como si fueran reales.
Eva: ¿Has tenido algún sueño erótico con alguno de ellos?
Yo: A eso no puedo contestarte, ten en cuenta que mis hijos y mi marido siguen mi blog. Menudo cachondeo íbamos a tener en la próxima comida familiar. Por favor, soy madre y abuela, yo no tengo vida sexual ––le estoy guiñando un ojo––.
Eva: ¿Y pesadillas?
Yo: Sí, en especial recuerdo que mientras escribía Una de las tres la madre de Berta, la protagonista de Cartas a una extraña, se empeñó en emparedarme varias noches. Me despertaba sin aliento, la maldecía y volvía a dormirme.
Eva: Sobre Saúl, algunos lectores han dicho que no tiene sangre, que es un personaje que le falta coraje, algo ñoño… ¿Por qué?
Yo: Estoy de acuerdo, es todo eso y más, pero lo más importante de su personalidad no es su lado débil y vulnerable, sino su capacidad de amar y de empatizar con el mundo. Saúl es un hombre de una sensibilidad extrema, un artista extraordinario que no puede evitar amplificar hasta el infinito todas las emociones que el mundo le ofrece. Es lógico que prefiera pecar de cobarde y aislarse, sabe que hay batallas en las que moriría de tristeza con solo imaginarlas. Lo que él no sabe es que en realidad es muy fuerte, porque con su capacidad de amar fue capaz de sobrevivir en el ambiente más hostil. Los artistas, en realidad, somos más fuertes de lo que la gente piensa, tenemos que serlo para soportar la intensidad con la que nos duele todo.
Eva: ¿Crees que una niña de cinco años de edad podría ser autosuficiente para vivir sola?
Yo: Si te refieres a Lucía, la protagonista de Maldita, para empezar, tengo que decir que no estaba totalmente sola, tenía personas a su alrededor que la visitaban, estaba bajo techo, no le faltaba la comida… Lucía no estaba completamente sola, aunque vivía sola, eso es cierto. Y sí, lo creo posible, y más en sus circunstancias. Cuando escribí esta historia, hace más de diez años, me documenté e informé. Recuerdo que entre los muchos documentales que vi me impactó especialmente uno sobre niños rusos que vivían en la calle incluso con tres años. Ellos sí que sobrevivían solos, sin afecto, sin comida, sin techo… Definitivamente, Lucía pudo sobrevivir sola, otra cosa es que tuviera un mínimo de calidad de vida.
Eva: Ray, el personaje principal de la novela que has publicado recientemente, es adicto a las anfetaminas. ¿Te ha creado problemas para realizar el papel que tenías en mente para él?
Yo: Muchos; Ray Fox es tal vez el personaje más díscolo de todas mis obras. Desde el primer capítulo manifestó su carácter haciendo caso omiso de mis apuntes. Me permitió conservar su aspecto físico, su profesión, su currículum y poco más, pero se hizo a sí mismo página a página. Suerte que no cambió el andamiaje básico del argumento. Podría decir que estoy orgullosa de haber creado a este protagonista, pero no sería verdad. De lo que sí me siento orgullosa es de haber sabido darle la libertad que necesitaba para desarrollar una personalidad tan marcada.
Ágata: Cuando describes una escena amorosa en tus novelas, ¿te inspiras en tu vida sexual?
Yo: A esta pregunta puedo responder planteando otra cuestión: cuando describo un asesinato, ¿debo matar antes para que resulte real? No, claro que no me inspiro en mí misma, sino en toda la información recibida durante mi vida; información que luego combino de mil maneras y someto a mi imaginación hasta encontrar el resultado deseado. Hay algo que tengo bastante claro: los personajes de aquellos escritores que solo se inspiran en sí mismos son idénticos entre sí, planos y aburridos. Al final es como si el autor escribiera una y otra vez su propia biografía. Para novelar hay que tener la capacidad de meterse en cualesquiera pares de zapatos, tanto en los de una bailarina como en los de un futbolista, incluso andar descalzo si es preciso.
Cita: ¿Para cuándo una escena escatológica? Es decir, si los personajes tratan de ser lo más reales posibles con sus virtudes, defectos, amores, desamores, miedos, manías, costumbres… ¿No cagan? ¿Nunca tienen gases? Igual que ya es algo natural incluir escenas románticas, incluso sexuales… ¿Por qué no un diálogo o un momento de inspiración en la taza del váter? ¿Un apretón? ¿Un personaje estreñido? Eso sí sería real y no siempre personajes perfectos que huelen bien, son guapísimos y comen poco y sano.
Yo: En verdad este tipo de escenas no las he necesitado hasta el momento, no han sido fundamentales en la trama, de lo contrario las hubiese escrito sin dudarlo. Creo que los lectores dan por hecho que mis personajes tienen necesidades biológicas. No obstante, ventosear, orinar o defecar son acciones que realizamos en soledad y tal vez por eso no aporten nada a la historia. Por ejemplo, un personaje está conversando con otro, en este diálogo están proporcionando ––o deberían proporcionar–– información interesante al lector; a uno de ellos le da uno de esos apretones y deja al otro con la palabra en la boca. Bien, ¿ahora qué?, ¿llevamos al pobre lector al baño y le explicamos el gesto que pone el personaje mientras empuja o lo dejamos en la puerta del aseo esperando a que termine de soltar la información? ¿Para qué? ¿Qué aporta tan grosera perogrullada a la trama, a no ser que se trate de una novela de humor o que el autor intente decirle al lector que el personaje ha sido envenenado y sufre diarrea? Particularmente, huyo de estos efectos especiales con los que se intenta impactar al lector de una manera facilona y pedestre. A ver, si un personaje en un momento álgido de la trama se va a comprar el pan y el escritor nos cuenta cómo se mete en el ascensor, llega a la panadería, saluda al tahonero, busca en su escueto bolsillo la moneda que tal vez perdió en el ascensor, se siente avergonzado porque la cola del establecimiento sale por la puerta mientras él hurga insistentemente en su pantalón buscando el euro… ¿Esto para qué? Lógicamente, mientras tanto la paciencia del lector se va agotando, y se dice: «Joder, ya sé que si come pan en el almuerzo es porque alguien lo compra», y teme que las muchas páginas que le quedan estén rellenadas del mismo modo. Igual pasa con los temas escatológicos que se plantean en la pregunta, pero estos todavía resultan más innecesarios, además de demostrar la falta de recursos y la inmadurez del autor; como el niño que en mitad de una reunión de adultos dice «caca, pedo, culo» para llamar la atención. Ahora bien, si alguno de mis lectores tiene curiosidad por el funcionamiento de los esfínteres de mis personajes que me escriba en privado y le informaré sin problema.
Feliz y productivo 2018 seguidores, amigos y lectores.