Hace más de diez años que me decidí a editar mis obras y puedo decir que tengo alguna experiencia. El tiempo me ha enseñado que no hay atajos, que la única forma de tener quien escuche tus historias es contándolas bien y, muy importante, a tu manera. El lector rechaza las malas imitaciones, incluso las buenas, quiere saborear la historia a golpes de emociones y descubrir secretos y sentimientos nuevos de sí mismo y del mundo, que no estén en ningún otro libro. Quiere ser sorprendido mientras se evade y descubrir el universo sin esfuerzo, como los niños.
Esta mágica pericia no se consigue con atajos, sino con perseverancia, esfuerzo y vocación. Compruebo día a día cómo los nuevos escritores, llevados por la ilusión de encontrar oídos atentos para sus cuentos, se precipitan y publican obras menores, por decirlo de algún modo, que no están pulidas o que no las ha madurado la experiencia (también yo presté atención a estos cantos de sirenas). Es cierto que hoy proliferan los escritores “juanpalomo” (también yo lo fui, y no descarto volver a serlo), incluso muchos de ellos llegan a posicionarse en las listas y vender un buen número de ejemplares, no sin un esfuerzo ciclópeo de promoción. Como también es cierto que otros muchos son tocados por la suerte y se abren un amplio horizonte con una sola obra; luego habrán de llegar otras que justifiquen su éxito.
Se puede llegar a una masa crítica de lectores con una obra mediocre y mal acabada, bien lo sé. Vivimos una época en la que todo aquel que quiera “vender” algo puede utilizar el increíble escaparate que la red ha puesto a nuestro servicio: “el mundo”. Los blogs, Facebook, Twitter… bien utilizados son herramientas increíbles. Pero esto es un arma de doble filo que se puede volver contra nosotros. Si lo que ofreces es bueno, poco a poco las posibilidades se irán multiplicando, pero si no… Entonces verás que de repente comienzan a cerrarse puertas.
Al final lo único que ha cambiado son los instrumentos, cada vez más sofisticados y rentables. Pero no nos engañemos, no hay atajos. Las grandes obras son siempre fruto del silencio y de la obsesión de un hombre o una mujer, que encerrados en sí mismos olvidaron cómo pasa el tiempo.